
V.
“El rol primordial del artista es crear obra de arte, originalidad, belleza, conmoción, en el sentido de revolución también”.

Conversamos con el escritor y crítico literario Miguel Ilfedonso Huanca (Lima, 1970), cuya literatura destaca por estar comprometida socialmente y representar los diversos conflictos del artista y del ser humano en general.
Miguel, cuéntanos un poco de qué manera se dio tu acercamiento a la literatura y qué te motivó a estudiarla.
Si bien desde siempre tuve la sensibilidad para la música y la pintura muy fuerte, y me impactaron algunas obras literarias durante el colegio, fue recién cuando entraba a la universidad que empecé con la escritura. Es por eso que el cambio en mí fue radical y duro; es decir, el abandonar esos proyectos de vida que se afincaban en carreras profesionales como la medicina o el derecho, a cuyas facultades ingresé e hice estudios, de la primera en San Marcos y de la segunda en La Católica. Esto lo cuento en libros como Hotel Lima y Memoria de Felipe. Fue la lectura de Nietzsche que tuve cuando estaba en la academia preuniversitaria la que incubó mi rebeldía. Y esa palabra es clave para la literatura. En medio de la violencia política que se vivía en 1986, descubrir que podía crear, cuestionar, proponer, etc., mediante el espíritu de la poesía o con la ficción de la prosa, era la mejor forma de romper con todo aquello que quería ver desmoronarse. Empecé con El Anticristo, Así habló Zaratustra; luego vino Baudelaire, Rimbaud. Qué bueno que la pregunta se refiera al hecho de estudiar la literatura; porque, ciertamente, si bien, como dije, la literatura es rebeldía, esta va acompañada del estudio, y ambos nunca acaban. Hasta hoy la estudio, y hasta hoy la rebeldía es como la que tenía a mis diez y seis años cuando escribí mi primer poema.
Una de las cosas que hace interesante tu literatura es que dialoga con referentes literarios, musicales y cinematográficos. ¿A qué se debe tu decisión de incorporar estos referentes?
Es que cuando doy entrevistas no hago citas de lo que dicen otros autores; entonces en mis textos subsano eso. Jaja. Bueno, esto es broma, sarcasmo; aunque es cierto. No me gusta cuando los escritores basan sus respuestas en hermosas frases de autores canónicos. Para mí la literatura no es hermosear. Y respondiendo ya a la pregunta; esos diálogos se deben a que escribir, y no digo hacer literatura, sino “escribir”, para mí, aparte de una vía de conocimiento, es un hecho espiritual, por decirlo en un término cercano, pues no hay palabra que defina lo que es entrar a esa dimensión atemporal y desde allí hacer conexiones con todo. En ese todo están estos autores, artistas y científicos, etc., que no se afilian necesariamente a lo políticamente correcto, y aun hoy, cuando lo que era rebeldía antes es ahora el establishment. Son los santos y santas que proponen un mundo que ya no se rige por la dictadura de un dios perverso. Emily Dickinson, Martín Adán, Juan Ojeda, Luis Hernández…
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Sabemos que, además de la creación, te desenvuelves como crítico literario. ¿Cuál consideras que es el rol de la crítica literaria?
Identificar y estudiar lo que hace maravillosa una obra, descubrir aquello por lo que llamamos a un libro genial o trascendental, es para lo que te preparan principalmente en la carrera de literatura. Por eso uno se vuelve un investigador literario. Pero esa misión está acompañada de otras funciones sin las cuales no se entendería totalmente el objeto de estudio. El conocer el contexto histórico o social, el estudiar los procesos, etc. Aquí la función crítica es fundamental. Esto es un tema algo largo, pero imagino que la pregunta se refiere más a la crítica que se encarga de la literatura actual. Son varios roles, desde el evidenciar la diferencia entre una obra literaria de verdad y un libro de autoayuda o un vulgar best seller, hasta el de inventariar sistemáticamente cada cierto tiempo el bosque de ese conjunto de libros que van surgiendo en generaciones o épocas y que se plasma con la mayor objetividad en antologías o estudios serios. Un rol importante hoy es imponerse a la ley del mercado, contra la mercantilización y la banalización de la literatura. Hay que diferenciar bien lo que es el sentido estético de la belleza en una obra de arte del sentido capitalista del éxito.
José Carlos Mariátegui, en su ensayo “El artista y la época”, menciona que un artista debe sentir las agitaciones de su pueblo y de su época. Desde tu perspectiva, ¿cuál es el rol que debe desempeñar el artista con relación a su sociedad?
El artista debe sentir las agitaciones de su cuerpo también; es decir, sin la ética personal no hay compromiso con el otro o la otra, o con el pueblo. Sino se convierte en retórica o falsedad política. El verdadero artista o escritor o poeta, en un determinado momento, siente esa identificación con las causas sociales, y desde entonces es algo que no se abandona. No hay un deber, es algo que en el artista de verdad es natural. El rol primordial del artista es crear obra de arte, originalidad, belleza, conmoción, en el sentido de revolución también. De ahí, luego, o a la vez, salir a la marcha, pelear permanentemente contra el fascismo como el que existe en Perú.
Sabemos que fuiste miembro del Movimiento Poético Neón, el cual surgió a inicios de los años 90 y en un contexto complicado debido al conflicto entre Sendero Luminoso y las Fuerzas Armadas. ¿Qué tanto influyó este acontecimiento en la poesía de aquella época?
Primero en las libertades, hubo censura al abordar el tema no solo directamente, y si se poetizaba quedaba entonces la marginalidad o la estigmatización. Respecto a Neón, por su posición contracultural, también fue, digamos, polémico. No fue un grupo poético como los modelos de antes, con manifiestos rupturistas, sino más parecido a lo que hoy son los colectivos culturales. No se podía ser parricida o negar la poesía anterior, en medio de aquella violencia y todo lo que ocasionaba; más bien había que traer más poesía, difundirla, gritar. Por un lado, estaba la violencia política, y por otro se implantaba el modelo neoliberal. La respuesta en los textos poéticos fue aquella actitud anarquista que se venía manifestando en los poetas de Kloaka, por ejemplo. Los compañeros poetas que yo tenía iban en esa línea de la poesía urbana, ahí está Montserrat Álvarez y Carlos Oliva. La respuesta también iba en la emergente cultura chicha, en esa nueva forma de identidad peruana, a la que cantaban Los Mojarras o La Sarita, y en poesía escrita encontramos Abajo sobre el cielo de Roxana Crisólogo. Por ese contexto extremista, pues, se volvió un poco como la década del 50, poetas “puros” por acá, poetas “sociales” por allá, o poetas “oficiales” y “marginales”. A grandes rasgos fue así, o así lo vi. Se hace necesario estudiar esos años de cambios intensos, que repercuten hasta el día de hoy. Hay buenos libros académicos como el de Paolo de Lima que aborda el tema enfocado en la etapa de los 80.
En una entrevista mencionas que, entre otros escritores, rescatas a figuras como César Vallejo y Charles Bukowski. ¿Qué tan importantes son ellos para ti como referentes?
Antes representaban dos posiciones, la del compromiso social y de identidad nacional en Vallejo, y la del anarquista y el anti establishment –qué raro se oye hoy esa palabra– en el viejo Hank. Con los años ya el tipo de humor, de crítica, de épater le bourgeois bukowskiano no es el mismo. Vallejo siempre está cercano, pero ya no me cuadra tanto el tipo de utopía en su propuesta, toda la parte que está invadida por aquel simbolismo religioso. En los primeros meses de la pandemia y en el mayor encierro, me metí más a otras fuentes que había hecho de lado por años debido a la afinidad con los existencialistas, o sus padres como Kierkegaard, o por las lecturas de los posmodernos, Jacques Derrida y un sinfín; y asumí la lectura de algunos autores de la ilustración como Jean-Jacques Rousseau, o retomé a Ludwig Wittgenstein, y textos científicos y de astronomía. Todo eso ha acentuado más el diálogo en mis textos al que hacías referencia anteriormente. Este año, al igual que Beethoven, son los doscientos años de Friedrich Hölderlin, para quien la poesía era la más inocente de las ocupaciones. Ya no creo que sea tan inocente ahora, al menos en el sentido de mi admirado poeta. Por eso el diálogo es necesario, y él lo decía: somos diálogo; pero hoy hay que añadir: un dialogo horizontal.
En un cuento suyo, Bukowski escribió: “El hombre es la víctima de un medio que se niega a comprender su alma”. ¿Qué opinión te merece esta frase?
Hace tiempo que no creo en esa palabra, “alma”, o lo que significaba. Dudo, también, cuando se habla de víctima, y, ojo, me refiero en contextos de frases bonitas como esta de Bukowski, y en su uso de modo general. Yo sospecho de las generalizaciones, tanto como de las frases bonitas, sobre todo las que propugnan lo absoluto. El bien y el mal. A no ser que sea en contextos puntuales. El hombre, y aquí peco de generalizar, puede ser tanto víctima como verdugo, y tanto respecto de otro u otra, como de sí mismo. Las redes hoy en día contribuyen, mal utilizadas, al pensamiento cliché, al entendimiento de la realidad en solo una o dos líneas. No se puede llegar así a “comprender”, utilizando la palabra de la frase, ni a la víctima ni al verdugo. Sé que me estoy desviando del sentido de la pregunta y de la frase, pero es la manera en que puedo abordarlo brevemente.

En tu libro El hombre elefante y otros poemas, se representa al escritor y al artista en general como una especie de monstruo incomprendido por la sociedad. ¿A qué se debe esta forma de representación?
La voz disidente, el ícono de lo extravagante y fuera de la norma, sí, están en estos personajes como John Merrick o el Hombre Elefante, y Pinocho y el Hombre de Hojalata del Mago de Oz, versionados en mi libro, porque me sirven para indagar respuestas a lo planteado por César Vallejo en su poema Me viene, hay días, una ubérrima, a ese querer “este” o “mundial”. Y entonces doy vueltas en torno a la bondad. No es que solo quiera denunciar o evidenciar la incomprensión del artista por la sociedad, sino del ser humano en general. Y en su aspecto, también, de lo que decía anteriormente, sobre el tema del bien y del mal, del hacer el bien y cómo se instaura el mal. Con el tiempo me he dado cuenta que lo que escribo tiene mucha preocupación ética y moral. Y esto unido a las reflexiones en torno a la estética, que es también lo que abordo en ese libro, libro que es el inicio de las cosas nuevas que estoy escribiendo en estos años. Tengo un libro inédito, Prometeo, que penetra más en estas reflexiones.
César Vallejo, en su poema “Los nueve monstruos”, sentencia “hay, hermanos, muchísimo que hacer”. ¿Qué opinión te merece este verso con relación a la realidad crítica que estamos viviendo?
Lo primero que pienso es si ha habido o llegará a haber una época en que haya poco qué hacer. No es que me burle o malinterprete la bonita frase vallejiana; sino es que, habiendo vivido de niño las luchas contra la dictadura de Bermúdez a fines de la década del 70, en la adolescencia la violencia política de los 80, en la juventud la lucha por el derrocamiento de Fujimori, y ahora las marchas contra la instauración del gobierno conservador o fascista de las mafias unidas, pues qué puedo decir. Todo lo que puedo decir está en mis libros. Lo muchísimo que pude hacer es escribir, y es algo que, pese a todo, sigo haciendo.
Entrevista:
Alexander Villajuan
Diagramación: Alexander Villajuan
Música de la página: Red Hot Chili Peppers, "Dosed" from "By the Way" (2002)