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BOXCAR BERTHA: UNA PASIONARIA DEL CRIMEN QUE NO PUEDE PRESCINDIR DE COMPAÑÍA

Piero Para el Pueblo lo que es del PueArtist Name
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La película Boxcar Bertha es una adaptación libre de Sister of the Road, una historia semi autobiográfica del personaje ficticio Bertha Thompson, escrita por Ben L. Reitman. Todo incita en Arkansas, en los primos años treinta. Una adolescente, Bertha Thompson (Barbara Hershey), contempla cómo su padre muere estrellado con una vieja avioneta fumigadora por culpa del patrono que le había obligado a volar. Dos trabajadores del ferrocaril, Big Bill Shelley (David Carradine) y el negro Von Morton (Bernie Casey), la socorren en ese trance. Caída la noche, Bertha se instala en un vagón de carga, sobreimpresionándose con la imagen del tren titulares de periódicos, fotos en blanco y negro y fragmentos de noticiarios que nos indican que estamos en tiempos de la Gran Depresión. Tiempo después, durante una de sus infructuosas búsquedas de trabajo, Bertha reencuentra casualmente a Big Shelley que esta hablando a un grupo de trabajadores sobre los sindicatos. Desencadenado un enfrentamiento con la policía, Shelley ayuda a Bertha a escapar en otro tren de mercancías; en la intimidad del vagón, Shelley iniciaría sexualmente a una inexperta Bertha y al día siguiente desaparece dejándole algo de dinero en los zapatos. Bertha sigue dando tumbos hasta que encuentra a un jugador profesional, judío del Bronx, Rake Brown (Barry Primus), iniciando una asociación dedicada a desplumar a incautos jugadores del póker. Durante una partida, un contrincante acusa a Rake de hacer trampas y le amenaza con un revólver; sin premeditación, Bertha le arrebata el arma y le dispara. Obligados a huir, Bertha y Rake se refugian en un campamento de huelguistas, pero al ser objeto de un ataque por parte de sicarios armados, deben proseguir su huida en otro tren de carga. Allí Bertha se reencontrará con Bill Shelley. En la primera estación son detenidos por la policía, salvo Bertha, impulsada a escapar por Shelley. En la cárcel local este coincide con Morton y cuando reaccionan a los insultos racistas y antirrobos y a las agresiones físicas se organiza una reyerta que acaba conduciéndoles a una cadena de trabajo forzado. Será Bertha quien, haciendo uso de sus dotes seductoras con uno de los guardianes, logrará rescatarles. Perseguidos por la policía, los cuatro se organizan como una de tantas bandas criminales que actúan en los campos de Medio Oeste, especializándose en el tradicional asalto a trenes. Popularizados por la prensa, Shelley insiste en su condición de sindicalista, cediendo sus beneficios al sindicato, pero este lo rechaza por estropear su imagen al ir acompañado por negros y putas. Pese a las dudas que les hacen plantear su futuro, deciden que no tienen otro camino que seguir la senda del bandalismo. Uno de sus mayores golpes es el asalto a la casa del magnate de la Reader Railroad Co., H. Bucaramanga Sartoris (John Carradine), en plena fiesta de sociedad. Pero en un posterior ataque a un tren les están esperando; Rake es alcanzado mortalmente en la espalda y Bertha es obligada a huir por Shelley. Sola, perseguida y deprimida, Bertha sobrevive como prostituta en un burdel, hasta que un día mientras pasea oye el familiar sonido de una armónica; se trata de Morton que le comunica que Shelley ha logrado escapar y la lleva a la casa donde él está escondido. Pero su reunión es breve puesto que son sorprendidos por los detectives McIvers y sus agentes, contratados por Sartoris, y pese a su oposición son reducidos por ellos. Poco después Shelley es crucificado en la puerta de un vagón de carga ante los ojos de una impotente Bertha. Terminada la acción, Morton logra hacerse con un rifle y liquida a los McIver, pero con el tren en marcha Bertha ya no consigue alcanzar a Shelley, aunque sigue corriendo tras él hasta detenerse contemplando como se pierde en la lejanía. Boxcar Bertha esta en función a una carencia de medios: planos como los del meeting político, con una patrulla de policías salidos de alguna película de motoristas; el tiroteo durante la partida de cartas, cuando Bertha consigue salvar a Ricky, filmada contra cualquier pared del decorado; la rudimentaria planificación de los atracos al ferrocarril para no incidir en la tosca escenografía del burdel, digna de cualquier serie televisiva, donde aparece perdido uno de los mejores recursos del guión: “la entrevista con el psicólogo”; especie de maridaje entre ingenuidad e inocencia que volveremos a encontrar cuando Big Bill lea con sorpresa las noticias de los periódicos sobre las andanzas de la banda. Estos reproches y otros añadidos, como los que aluden a la indefinición del film entre la crónica histórica, la balada romántica, el cine social y político o la película de género gánsteril; o los que acusan de una pesada demostrativa dad y excesiva torpeza en todo caso equiparable a la ambición de un prometedor cineasta.

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Artículo: Abraham Meneses

Contra los esfuerzos que hacen los defensores a ultranza de cualquier autoría, capaces de rastrear elementos personales y rasgos de valor en el más ínfimo de los films de un cineasta, debemos decir claramente que Boxcar Bertha es un film decididamente menor, que sin dejar de apuntar algunas cosas interesantes, no merecería hoy el recuerdo fuera de su carácter de jalón en el conjunto de una importante trayectoria cinematográfica. Claro que algo planteable como ejemplo de las limitaciones del film podrá ser entendido también como prueba de su voluntad de ruptura de las formas tradicionales del relato cinematográfico. Así, la circularidad del film, con su sucesión de encuentros casuales (entre Bertha y Big Bill en diversos vagones de tren, entre Bertha y Morton en un café cantante de la ciudad, etc.) que van dando progresión a la historia, o a la inscripción entre dos muertes clave para la protagonista (la del padre al comienzo, la de Big Bill al final) que parecen ubicar a Bertha como víctima de un destino implacable, sin que por ello el tono del film consiga adentrarnos en una dimensión trágica, son dos ejemplos de las repercusiones de una estructura narrativa poco trabajada o simplemente mal resuelta. La circularidad en sí misma no es ningún defecto, obviamente, pero perjudica la progresión dramática que es algo distinto de la mera mecánica narrativa. Lo que como forma de relato puede ser razonable, dramáticamente funciona peor si esos círculos no ven crecer su diámetro (es decorativa, se hacen concéntricos, abarcando una creciente intensificación, un mayor grosor dramático proporcional al incremento de ese diámetro) o, sobre todo si se confrontan con las potencialidades de una estructura en espiral, reinicia al verse atravesada por un vector de fuga. Esa fuga que jamás alcanza Boxcar Bertha, porque los círculos narrativos se mantienen siempre en el mismo plano; acontecimientos van discurriendo previsiblemente hacia el clímax final, impulsados no sólo por la lógica de la historia – supuestamente legalizada por su autenticidad – como por la tradición genérica y la estrategia de producción. Una consecuencia de esa dinámica preestablecidas, externa a las necesidades dramáticas de la historia, es la insatisfactoria evolución de los personajes, poco comprensibles en sus transformaciones: ¿Qué es lo que hace que Big Bill pase del sindicalismo reformista a la lucha armada? ¿Cuál es el proceso de concienciación del neoyorquino Rake que le permite pasar de su condición de tramposo profesional a mártir de la lucha anticapitalista? ¿No es Von Morton más un ejemplo de proyección de actitudes propias de la emancipación racial de los años sesenta que de las ideas de la época de la Depresión? ¿Y el personaje central de Bertha Thompson? Sin llegar a la dureza con que Balagué define al personaje – impersonal, sin perspectiva alguna sobre la historia, el personaje de Boxcar Bertha aparece dibujado con trazos confusos, arropado por un nihilismo que le otorga una aureola falsamente romántica, esa pasionaria del crimen nunca puede prescindir de la compañía, apoyo o contribución pecuniaria de los hombres, sea el romántico compañero Shelley, sea del jugador Rake, del negro Morton o, por qué no, de los usuarios del burdel donde se refugia cuando se encuentra sola y desamparada. Y cuando Bertha es capaz de actuar con cierta autonomía – en la liberación de sus compañeros presos – débera ser, como en el prostíbulo, haciendo uso de sus ardides seductores femeninos ante el guardian. Por otra parte, Scorsese no puede – o no quiere – escapar de la concepción crítica del personaje de Big Bill Shelley, manteniendo el esquema más clásico de reconocimiento de un personaje positivo confrontado a un mundo injusto. Analizando esa vertiente desde la perspectiva de las preocupaciones habituales de Scorsese puede parecernos perfectamente coherente; pero no se trata sólo de que la escena final de la crucifixión de Shelley fuese idea de los guionistas y no del realizador – además de que la muerte real del sindicalista transcurrió de otro modo, aunque parece que se dio algún caso semejante -, sino que precisamente su presencia en Boxcar Bertha se sitúa en las antípodas de los planteamientos anteriores y posteriores de Scorsese sobre la culpa y la redención. La indubitable positividad de Shelley le hace inmune al sentido de culpa, al menos en lo relativo a lo esencial de su lucha contra la injusticia, aunque pueda ser por medios discutibles, con lo que su cruel muerte procede de una estricta agresión exterior y no de su propia idiosincrasia moral, de sus profundos demonios interiores, tal como ocurrirá a posteriores personajes. Pensemos que incluso cuando aborde la escena originaria de la redención en “La última tentación de Cristo”, la muerte de Cristo en el Calvario, lo hará problematizando el hecho, sutuándose, pues, en las antípodas del maniqueísmo y la claridad política que degrada un momento el film, no por su sentido profundo, sino – en este casi sí – por la adecuación de la puesta en escena.

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Diagramación: Carolay Villaverde Flores
Música de Página: Piero   Para el Pueblo lo que es del Pueblo

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Bibliografía:

● Tomas Fernandez Valenti. Martín Scorsese: "Un infiltrado en Hollywood". Editorial: Carena. 2007.

● Paul A. Woods. "A Journey Trought the American Psyche". Editorial: Plexus.

© 2020 Revista Senda

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